Lo femenino es un rugido
- Rosa Márquez
- 21 feb
- 5 Min. de lectura
Crítica a puesta en escena Aunque pensándolo bien la culpa es de Cristóbal Colón, escrita y dirigida por Ana Lucía Ramírez.

La obra Aunque pensándolo bien la culpa es de Cristóbal Colón, escrita y dirigida por Ana Lucía Ramírez, se presenta como un territorio escénico con seis personas en escena donde el relato condensa la resonancia de muchas experiencias de mujeres que se liberan del deber ser, que dejan de callar para habitar el grito y la dignificación de la propia furia. Relata la herida de muchos pasados que aún marcan el presente y del agravio que late en el silencio heredado.
Ramírez, quien desarrolló el texto en España durante la Maestría de Creación Teatral en la Universidad Carlos III de Madrid, sitúa a su protagonista en una geografía múltiple: por un lado, la España de hoy, la forma en la que vivió y observó agresiones hacia la migración latinoamericana; por otro, la memoria de un cuerpo socialmente feminizado atravesada por la evangelización forzada, la idea de un amor romántico, la noción de la “joven promesa” y experiencias familiares que pulsan en las historias. De esta tensión, emerge el tema que da título a la obra: si la culpa se puede rastrear hasta Cristóbal Colón, entonces también se puede rescatar la posibilidad de imaginar y recrear la propia historia y ahí, el escenario se vuelve partitura, confesionario y altar profano a la vez.
La música en vivo, a cargo de Gabriela Moncayo, no sólo acompaña: interviene, propone y dialoga con el espacio. En entrevista con Moncayo, la musicalización se revela como una “procesión” que combina lo sacro y lo urbano, nacida de la exploración en los ensayos. Los instrumentos se mezclan con los objetos de la obra, generando una partitura no convencional. ¿A qué suena la maternidad? ¿A qué suena la muerte? ¿A qué suena la herida? Cada pregunta se responde con timbres y texturas sonoras que reconfiguran la escucha del público. La música no es telón de fondo, es un personaje más que interroga lo sagrado, el dolor, la furia y el desarraigo.
La puesta en escena se compone con tres personas en escena, Mariel Triana, Leonora Juárez y Nahomi Rodríguez Roldán, que mediante una virtuosa ejecución de secuencias físicas, generan imágenes que trascienden la palabra, añadiendo nuevas capas sensoriales y simbólicas. Con movimientos cuidadosamente coreografiados y sensiblemente estructurados, crean dimensiones adicionales en cada escena reforzando y elevando el peso del significado intrínseco del texto y llevando la obra más allá de la narrativa.
La actriz Karina Meneses tiene el eje central de la narración, asume múltiples facetas con una versatilidad que desdibuja los límites entre ella y las otras, entre la experiencia personal y la colectiva. Su labor interpretativa no sólo cuenta anécdotas familiares —el dolor de la sobrina que se suicida, la madre, la abuela—, sino que también convoca imágenes cargadas de memoria y rabia contenida. Cada gesto, cada inflexión de la voz, cada mirada, se convierte en un acto de resistencia. La actriz desafía así las imposiciones sobre su feminidad, rechazando el rol pasivo y decorativo que históricamente se le ha asignado. Al contrario, se apropia del cuerpo, lo esculpe en la escena con fuerza, ironía y coraje de quien habita una identidad que no pide permiso para mostrarse furiosa, vulnerable, migrante, hija de una herencia que lleva marcada en la piel.
La estética, entre lo kitsch y lo autosacramental, nos envuelve en una suerte de procesión política y poética. Figuras siniestras e irónicas generan un paisaje híbrido que cuestiona las nociones fijas de identidad. Confluyen referencias sacras con objetos cotidianos, colorido exceso y guiños a la cultura popular. Esta mezcla genera un lenguaje escénico entre lo punk y lo sacro, un collage de símbolos que cuestiona los imaginarios heredados y los transforma en una experiencia plástica exuberante, irreverente y cargada de significados culturales. Un altar mestizo, coronado por imágenes que oscilan entre la devoción y la sátira, se convierte en el símbolo final: no sólo se reza, también se grita; no sólo se celebra, también se denuncia. Esta fusión estética encarna la idea de que la etnicidad, la feminidad, la religión y la memoria son terrenos en disputa, no esencias puras.
No supe correr
Los momentos narrativos suceden como postales fragmentarias: la migrante que viaja a un sitio que la rechaza, la pérdida de un amor y el dolor silente, la sobrina que se suicida, la madre que cruza el escenario con su hijo muerto —símbolo del duelo transgeneracional— y la llamada telefónica en la que la misma Ana Lucía Ramírez confronta a su violentador en escena, una suerte de cataclismo a distancia que busca romper el silencio. Una serie de muñecas, a veces convertidas en pelotas de golf y otros distintos juegos que aluden a la cosificación y al manejo perverso con los cuerpos subalternizados. El contraste hogar/casa —ese espacio que no es lo mismo que tener un techo— se desdibuja para convertirse en una herida abierta. Karina Meneses, como actriz y narradora siempre presente, se vuelve portavoz de lo que tantas hemos callado, una mujer que desafortunadamente podría ser cualquier mujer, que acumula rabias y deseos, que se niega a seguir huyendo.
Del mismo modo, cuestiona la línea entre la juventud y la vejez, exponiendo una narrativa generacional donde el espejismo de la “joven promesa” caduca y deja a la intérprete –y por extensión a todas las que alguna vez creímos en ese relato– en un territorio de cansancio y reinvención, el peso de las expectativas y la necesidad de romper con el rol de la “joven promesa”, esa identidad que caduca con el paso de los años y que deja una sensación tirana en quien la porta.
Volteadme a ver
La obra no ofrece una conclusión sencilla ni plácida. Más bien, pone en jaque la pasividad aprendida y la violencia estructural. Con furia y sin recato da el salto hacia una dramaturgia que no tiene miedo de incomodar o profanar, ya no se huye; ahora se ruge. Tras abandonar la sala, uno se cuestiona: ¿Cómo liberar el aliento contenido? Con la furia en alto, esta obra reclama su lugar en el presente, a la vez crítica y sacramental, blasfema y creyente, rabiosa y necesaria.
El texto obtuvo la Mención de honor del Séptimo Premio Independiente de Joven Dramaturgia (2019) de Ediciones TeatroSinParedes, publicado en 2020, tuvo una primera lectura dramatizada a inicios de ese año. Llega al montaje por la compañía No Crecerán Las Lechugas con producción del INBAL en julio de 2024 para por fin presentarse en Xalapa en diciembre.
Dirección y Dramaturgia: Ana Lucía Ramírez | Elenco: Karina Meneses, Gabriela Moncayo, Ana Lucía Ramírez, Mariel Triana, Leonora Juárez y Nahomi Rodríguez Roldán. | Producción ejecutiva: Pere Mas | Diseño de escenografía e iluminación: Sergio López Vigueras | Diseño de vestuario, maquillaje y peinado: Lissete Barrios | Diseño audiovisual: Las Lechugas | Diseño multimedia: Pere Mas | Diseño musical: Gabriela Moncayo | Asistencia de dirección: Pere Mas | Asistencia de producción en el estreno: Maritza Soriano | Realización de vestuario: Carmita Soria | Asistencia de vestuario: Rodrigo Sosa | Asesoría de arte: Sergio Cupido | Coreografía twerk: Xiomara Valdés | Asesoría flamenco: Lorena Ortega | Edición de video: Grifo de Luz | Construcción escenografía: Gerardo Alvarado | Cartel: Diego Ingold y Puro Drama | Difusión y promoción: Puro Drama | Relaciones públicas: Las Lechugas
*Este artículo fue originalmente publicado en la plataforma pasodegato.com, corrección editorial de Teatromexicano y publicación en teatromexicano.com.mx
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